El realismo mágico hecho país

*Columna de opinión publicada originalmente en Jacobin América Latina, el 10 de abril del 2021, bajo el título «Votar por Mendoza y conjurar la maldición peruana».

Mañana, domingo 11 de abril, son las elecciones generales en el Perú y hay siete candidatos con posibilidades de envestirse como el próximo presidente. Suena a ficción, pero no lo es. Según las últimas encuestas –que por una absurda ley no pueden hacerse públicas durante la última semana electoral– entre el primer y el séptimo lugar hay en promedio tres puntos de diferencia. Es decir: un trecho similar al error estadístico.

En el Perú suelen pasar cosas fuera de lo común, y lo de estas elecciones es una raya más al tigre. Somos el único país del mundo con sus últimos seis presidentes en prisión o cerca de ella. Alberto Fujimori lleva 13 años en la cárcel. Alejandro Toledo está prófugo en Estados Unidos. Pedro Pablo Kuczynski vive en arresto domiciliario. Ollanta Humala y Martín Vizcarra cuentan sus últimos días en libertad y Alan García decidió ser el dueño de su destino: se suicidó cuando la policía lo iba a arrestar.

Por eso, tenemos bien ganada la frase: “Existe la realidad, la ficción y el Perú”. Somos el realismo mágico hecho país. El próximo 28 de julio el Perú cumplirá doscientos años de Independencia y estamos como en 1821: mini caudillos peleándose por un pedazo de parcela de poder, una ciudadanía desconectada y sin representación real, e instituciones que, en vez de apalear los momentos de crisis, los complican aún más. La pandemia de COVID-19 no desnudó al Perú porque ya estaba calato cuando ella llegó.

Si bien hay siete candidatos con opciones de llegar al Palacio de Gobierno, ninguno de ellos realmente encabeza las preferencias. El líder electoral no tiene rostro, es un anónimo. Y es que el 29% de la población ha declarado que votará en blanco, nulo o, sencillamente, no irá a sufragar. Hoy somos un país a la deriva, sin piloto y con un fuselaje destartalado. Es momento de hacer una pregunta incómoda: ¿En verdad somos una nación?

Durante los últimos treinta años la suerte de las elecciones presidenciales se ha definido en base al “mal menor”. Sabíamos que los dos finalistas de la segunda vuelta eran nocivos, pero había que optar por quien lo era menos. Así, en el 2001 escogimos a Toledo frente a Alan García, que venía de hacer, en 1985, un gobierno realmente desastroso. Y lo mismo hicimos con García en 2006, con Humala en el 2011 y con Kuczynski en el 2016.

Escoger al “mal menor” nos ha llevado a que nada cambie y a que los mismos grupos de poder manden. No importaba qué persona esté en el Palacio de Gobierno, los ganadores eran siempre ellos. El presidente de la República era, en palabras gruesas, un mucamo de los multimillonarios y del “Consenso de Washington”. Así, para esta elección el statu quo apostó en un inicio por George Forsyth, un exarquero de fútbol sin ideas propias y que solo sabe sonreír –y llorar– muy bien frente a cámaras.

Forsyth lideró las preferencias electorales hasta febrero último, cuando, luego de dar una serie de entrevistas, la ciudadanía se percató de sus claras falencias políticas. Confundía términos, ignoraba la Constitución y desde su equipo de campaña lo defendían diciendo que “conoce bien el Perú” porque había sido arquero de fútbol club Alianza Lima. Forsyth comenzó a caer a inicios de marzo, pero todavía tiene, con 8% de intención de voto, posibilidades de ser electo presidente.

Caído Forsyth, el liderazgo de las encuestas fue tomado provisionalmente por Yonhy Lescano, un ex congresista del partido Acción Popular, que en el Perú es conocido como una “coalición de independientes”. Cuando a un acciopopulista se le pregunta por su ideología, la respuesta es: “mi doctrina es el Perú”. Lescano es un populista –de los malos– que tiene la demagogia como bandera. Ha prometido traer el Huáscar (el barco que es trofeo de guerra de Chile) de vuelta al Perú y asegura que la sal y el cañazo (una bebida alcohólica) pueden curar el coronavirus.

A los grupos de poder no les desagrada que Lescano sea electo presidente. Total, su doctrina y principios son saco roto. Hace unos años se revelaron conversaciones de Lescano acosando a una periodista y se destapó la historia de cómo inventó una falsa denuncia contra su compañera Rosario Sasieta para apropiarse de su cupo al Congreso. Lescano no es el tonto útil que significa Forsyth, sino el viejo político mañoso, sin escrúpulos y dispuesto a pactar con quien sea.

Buscando el “mal menor”, un sector del Perú cree que ese es Hernando de Soto, un conocido economista neoliberal que fue uno de los principales consejeros del exdictador Alberto Fujimori. De Soto ha sido asesor del norteamericano Bill Clinton y de los sanguinarios Muamar Gadafi y Hosni Mubarak. En las últimas semanas las adhesiones a De Soto comenzaron a subir, y hoy están en 10,5%. Se ubica entre tercer y cuarto lugar, según la encuesta con que se mire.

Con De Soto de presidente, el “Consenso de Washington” sesionará de vez en cuando en Lima y la sede del Ministerio de Economía y Finanzas será una sucursal del BCP, el banco privado más importante del Perú. De Soto tiene 79 años y el peso de sus años se ha hecho evidente últimamente en sus declaraciones y decisiones. Eso es, quizá, el principal factor de que muchos peruanos se resisten a inclinarse por este “mal menor”.

En la fragmentación –o descomposición– del Perú también hay una parcela reaccionaria. Su representante es Rafael López Aliaga, un empresario ferroviario y hotelero, ultracatólico y que está en contra de cualquier idea progresista. “Si te quieres matar, te subes a un edificio y te tiras”, fue la repuesta que López Aliaga dio cuando en el Perú, en febrero último, un juez autorizó la eutanasia para la ciudadana Ana Estrada.

López Aliaga bebe de los fake news, de la furia, de la intolerancia, del odio al statu quo, de que las cosas no mejoren, del ciudadano que ya no da más y que quiere que de una vez este país se estrelle. Por eso, junto a la defensa de ideas conservadoras, López Aliaga tiene otros dos caballos de batalla: la expulsión de Odebrecht, la corrupta constructora brasileña que sobornó a los últimos cinco expresidentes, y la abolición de la publicidad estatal en medios de comunicación, que en los últimos años ha sido usada como aparato de presión e influencia en el periodismo.

López Aliaga no es el virus, sino la enfermedad. Un país sano no tendría a alguien como él con posibilidades de ser gobernante. El 8% que tiene de intención de voto es el significado de que todo en el neoliberalismo está mal, que los treinta años de gobierno del “Consenso de Washington” en el Perú han terminado por hundir a este país. Y es que en el Perú la vida tiene un precio: 833 dólares, que es lo que cuesta un balón de oxígeno en tiempos del coronavirus.

Igual de reaccionario que López Aliaga, pero sin millones de dólares en su cuenta bancaria es Pedro Castillo, el líder sindical que, según algunas encuestas, está en segundo lugar. Castillo es un profesor de escuela que está prometiendo cerrar el Congreso, el Tribunal Constitucional y expropiar todas las concesiones entregadas a privados. Hasta hace tres semanas Castillo aparecía en el rubro “otros”, con apenas 0,2% de intención de voto. Hoy está con pie y medio en la segunda vuelta presidencial.

Castillo dice ser de izquierda, pero olvida que para ello no basta ser sindicalista. Además, en el Perú, gracias a Alberto Fujimori, no hay sindicatos sino diminutos feudos congelados con la caída del Muro de Berlín. Castillo es conservador y cercano al Movadef, un movimiento pergeñado por lo que queda de Sendero Luminoso. Castillo es, justamente, el líder de izquierda que tanto necesitan los capitalistas para decir que el modelo que defienden es “el mejor” que existe.

Keiko Fujimori, la heredera de la dictadura de los noventa, es quien hoy encabeza las preferencias electorales, según las encuestas confidenciales. Tiene en promedio 11% de intención de voto. Junto a De Soto, las ideas de Fujimori, quien postula por tercera vez, son las que mejor le vienen a Washington y a la derecha mundial. Las dos derrotas previas que sufrió Fujimori fueron por la regla del “mal menor”. ¿Hay algo peor que tener como presidenta a la hija de un dictador?

Fujimori, como lo ha dicho públicamente, defiende la economía antes que la vida y cree en la mano invisible por encima del Estado. Sobre ella hay un pedido de la Fiscalía para que purgue prisión por 30 años debido a los delitos de lavado de activos y organización criminal. Y es que está comprobado que Fujimori recibió financiamiento ilegal de la constructora Odebrecht para su campaña presidencial del 2011. Fujimori no ha deslindado con los asesinatos y el golpe de Estado que hizo su padre, sino todo lo contrario: los reivindica. Lo de ella no es un déjà vu, sino una pesadilla.

La séptima candidata con posibilidades de entrar a la segunda vuelta presidencial es Verónika Mendoza. En el 2016 estuvo cerca de llegar a esa instancia. Mendoza es la lideresa de la izquierda progresista peruana, cree en las personas antes que en las grandes trasnacionales y, a diferencia de Castillo, no busca dinamitar de una vez por todas el país. La derecha la acusa de “terrorista” y la izquierda radical dice que ella “no está en la calle” y hace política “desde el pupitre”.

Mendoza es la única candidata presidencial que no tiene una investigación fiscal o juicio. Es verdad que en el 2011 fue muy cercana a Ollanta Humala y Nadine Heredia, pero se alejó de ellos cuando el Gobierno que ambos dirigían giró –sin retorno– a la derecha. A diferencia de Castillo, ella sí ha presentado a su equipo de gobierno, y es más numeroso y diverso. Y, al decir públicamente “En Venezuela hay una dictadura” rompió el mantra que durante años repetían los capitalistas contra ella.

Mendoza hoy se erige como la única salida para poner fin a la maldición peruana. No es la candidata perfecta, pero puede ser la aspirina que detenga el colapso coronario. El Perú no resiste que una vez más gane el “mal menor” ni tampoco aguanta otro quinquenio donde los bancos sigan cobrando intereses de 130% y las empresas mineras sigan llenando sus cuentas con millonarios dividendos a costa de ciudadanos que no tienen ni agua potable.

El modelo neoliberal que nos ha gobernado durante los últimos treinta años lo único que ha producido es que seamos el peor país del mundo en manejar la pandemia. Somos los que tenemos más exceso de muertos y más fallecidos por millón de habitantes. El realismo mágico es extraordinario en la literatura, pero no en la política de un país. Votar mañana por Mendoza no es una alternativa, es un deber.

Sin república y sin ciudadanos

La crisis por la pandemia del coronavirus ha zanjado el debate: el Perú es un proyecto republicano a medio hacer y un país sin ciudadanos. Los historiadores Jorge Basadre y Alberto Flores Galindo tuvieron razón, pero también el politólogo Alberto Vergara. La prueba: basta prender la televisión y ver los mercados abarrotados de gente. Una muestra de que el neoliberalismo carcomió los pilares republicanos del país y de que los peruanos no somos capaces si quiera de guardar un metro de distancia.

El gobierno de Martín Vizcarra comenzó enfrentando bien al coronavirus. Se lo han reconocido hasta especialistas internacionales. Sin embargo, el maquillaje dura solo una noche y salió a flote la mayor equivocación que ha tenido el presidente a lo largo de su mandato: rodearse de personas sin vuelo técnico ni experiencia política. La despedida ministra de Salud, Elizabeth Hinostroza, y la actual ministra de Trabajo, Sylvia Cáceres, son los mayores ejemplos.

La fórmula del gobierno era la correcta: cuarentena general + aplicación masiva de pruebas. ¿Cuál fue el problema? Lo primero dependía de tener ciudadanos responsables que acepten quedarse en casa. Y, para lo segundo, se necesitaba poseer instituciones que respondan en momentos de crisis. No hubo uno ni lo otro. La tormenta perfecta llegó cuando al coronavirus se le sumaron las “bacterias made in Perú”: la terrorífica burocracia nacional, los funcionarios de uñas largas y los políticos que quieren estar en la foto (¿alguien dijo Fiorella Molinelli, presidenta de EsSalud?).

No dudo de las buenas intenciones del ministro Víctor Zamora (comparto algunas de las ideas que él tiene), pero está cometiendo un error garrafal: a veces cree que sigue trabajando para la Organización Mundial de la Salud (OMS) y, en otras ocasiones, piensa que está en Twitter donde se puede decir medias verdades. Ministro: ¿va a seguir sosteniendo que las pruebas rápidas “tienen la misma eficiencia en términos de diagnóstico” que los exámenes moleculares?

Donde sí hay para darle duro a Vizcarra (y, sobre todo, a la ministra María Antonieta Alva) es en el tema económico. El gobierno, hasta el momento, solo ha reaccionado de dos maneras: asistencialismo (canastas, bono 380) y salvataje empresarial. El paquete de los 30 000 millones de soles viene con embudo incluido: ancho para unos, estrecho para la mayoría. Lo mismo sucede con el decreto de Suspensión perfecta de labores, creada para las “microempresas”, según la ministra de Trabajo. ¿Quiénes fueron los primeros en anunciar que se acogerán a ese sistema? Graña y Montero, Unicon, Cosapi… (siguen firmas).

¿Y la prensa? Bueno, ahí esperando ganar el “sorteo” para poder hacer una pregunta vía WhatsApp al presidente Vizcarra. No me extraña esa pasiva actitud. ¿Los medios protestaron cuando el 15 de marzo el Gobierno suspendió los pedidos de atención a la información pública? Las semanas que vienen sí que serán muy difíciles. El sistema de salud que tenemos colapsará más de lo colapsado que ya está. Las personas, mientras tanto, seguirán compartiendo el “brebaje” contra el coronavirus de Andrés Hurtado, “Chibolín”. El Perú nunca fue república y, hasta ahora, no tiene ciudadanos.

Aristóteles y el coronavirus

Platón y Aristóteles en «La escuela de Atenas», pintura de Rafael Sanzio.

La cuarentena por la pandemia del coronavirus ha hecho que muchos peruanos saquen el Joker que tenían dentro. Uno de ellos es el abogado Carlos Wiesse, quien desde su balcón sanisidrino insultó a los policías y militares que hacían patrullaje en la zona. El “qué chucha me vas a cuidar, cholo de mierda. Yo me cuido solo. Cholos, son bien feítos” que soltó, según él en estado de ebriedad, quedará para la negra historia del racismo-clasismo del Perú.

A otros lo que se les escapó fue el Al Capone que tenían reprimido. Ese fue el caso de la presidenta de la Confiep María Isabel León y la carta que envió a la ministra de Trabajo Sylvia Cáceres proponiendo que los empresarios puedan hacer despidos masivos “de manera automática y sin autorización previa”. León, hay que admitirlo, fue más fina que “Pepe” Chlimper cuando dijo que “con sus armas” iba a detener una huelga de “malnacidos” trabajadores portuarios.

Un tercer grupo ha sacado a relucir el síndrome “Andy V” que padecen. Aquí el ejemplo es el alcalde de San Martín de Porres, Julio Chávez, quien no quiso desaprovechar la pandemia para tomarse fotos repartiendo víveres y llenando tinas de agua en 14 asentamientos humanos de su distrito. Chávez hizo todo eso teniendo al coronavirus incubándose en su organismo y llevando como “fiscalizadora” a su esposa, la congresista Leslye Lazo.

Las historias de Wiesse, León y Chávez ayudan a entender el porqué muchas lecciones de la antigua Atenas no pierden vigencia. Ese es el caso del koinón agathón, vocablos que Aristóteles trabajó mucho y que en español significan “interés común” o “bien común”. ¿Y qué tiene que ver eso con el coronavirus? En sencillo: no venceremos a la pandemia si es que no pensamos en “comunidad” y en que existe “algo compartido” que los peruanos tenemos que defender.

Wiesse no pensó en el “bien común” cuando denigró el trabajo de los valientes policías y militares por hacer cumplir la ley. León hizo lo propio cuando priorizó las utilidades de sus socios empresarios frente a la estabilidad laboral de millones de personas. Y Chávez mostró su verdadero rostro cuando pensó que la pandemia era la oportunidad para hacerse “más popular” en su distrito. ¿Qué habrían hecho los antiguos atenienses con los tres? Expulsarlos de la ciudad por haber perdido su “humanidad”.

Aristóteles la tenía clara: el “bien común” solo se logra con buenos ciudadanos. Y para que una persona llegue a ese nivel debía hacer tres cosas: saber mandar cuando correspondía, saber obedecer cuando tocaba y buscar desarrollar virtudes. En la crisis por el coronavirus el presidente Martín Vizcarra y sus ministros han cometido muchos errores, pero las decisiones hoy son tomadas por ellos. Luego serán sometidos –como en la antigua Atenas– a la respectiva rendición de cuentas.

Los días que vienen serán muy duros para el país. Y los peruanos solo tenemos dos caminos: comportarnos como Aristóteles y los ilustrados atenienses o actuar como Carlos Wiesse, María Isabel León y Julio Chávez. Lo primero puede llevarnos a vencer pronto al coronavirus. Lo segundo: no sé a dónde.

El periodismo fujimorista de Diego Salazar

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Diego Salazar Chacaltana y Juan José Garrido Koechlin. (Foto: «Hildebrandt en sus trece»)

El viernes 17, el señor Diego Salazar publicó un post en su blog “No hemos entendido nada” (https://nohemosentendidonada.com/2017/11/17/el-periodismo-de-mentira-de-hildebrandt-en-sus-trece/) poniendo en tela de juicio mi profesionalismo. Salazar me colocó como “ejemplo” de que el semanario Hildebrandt en sus trece, medio donde trabajo desde hace tres años, hace “periodismo de mentira”. “Publica mentiras que saben que son mentiras”, escribió Salazar.

Las tres promociones del post que Salazar hizo en su cuenta de Twitter tuvieron 20 retuits y 20 likes. La web «clasesdeperiodismo.com», que dirige la señora Esther Vargas, y el portal “noticiasvenezuela.org” fueron los únicos medios que rebotaron el artículo. Pero, el más entusiasta con la publicación fue el politólogo Carlos Meléndez. Sobre él solo diré que su tirria hacia el semanario y a mí en particular nació en la última campaña electoral cuando en un informe lo bautizamos como “viuda del fujimorismo”. ¿La razón? Su abierto apoyo a la candidatura de Keiko Fujimori.

Hecha la introducción, voy al fondo del asunto.

El post de Diego Salazar apareció horas después de que Hildebrandt en sus trece publicara un informe de mi autoría titulado: “Crisis en ‘El Comercio’”. El reportaje cuenta dos hechos concretos: la caída de los ingresos del Grupo El Comercio y la salida del economista Juan José Garrido Koechlin de la dirección del diario Perú 21. El reportaje tiene 1,016 palabras y en solo un párrafo aparece mencionado Salazar. “En enero pasado, por ejemplo, Juan José Garrido pidió que no se despidiera al subdirector de Perú 21, Diego Salazar. No se le escuchó”, fue lo que escribí.

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¿Tanto le afectó a Salazar que recordara cómo salió de Perú 21 para que me dedique un post completo? ¿Le habrá molestado que publicara la carta de renuncia (muy mal escrita, por cierto) de su amigo y exjefe Juan José Garrido Koechlin? ¿Se habrá enojado porque adjunté documentos internos del Grupo El Comercio en el que queda confirmada la crisis financiera que atraviesa el decano? ¿O la razón será que describí que durante los últimos años Perú 21 comenzó a mostrar abiertas simpatías por Keiko Fujimori?

La carta de Garrido Koechlin y los papeles internos de El Comercio se pueden leer en la última edición de Hildebrandt en sus trece. Sobre la última interrogante les dejo aquí dos portadas de Perú 21 durante la última campaña electoral, cuando Salazar era el “Editor Multiplataforma” (en el papel, subdirector):

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La pública y notoria cercanía de Perú 21 con el fujimorismo durante los últimos años también ha sido contada por Mirko Lauer en La República. Lauer señaló en su columna del 17 de agosto del 2016 que Perú 21 despidió al talentoso caricaturista Heduardo debido a que no querían incomodar a Keiko Fujimori. Sobre el tema hay un post de Laura Grados en Utero.pe (http://utero.pe/2016/09/03/esta-es-la-razon-por-la-que-peru-21-deberia-devolvernos-a-heduardo-si-no-quiere-quedar-como-un-hipocrita/) y una columna de Juan Manuel Robles en la última edición de Hildebrandt en sus trece.

“Mentiroso” y “obsesivo” son dos calificativos que el exsubdirector de Perú 21 utiliza para acusarme de mala praxis periodística. Sustenta su afirmación en tres publicaciones de mi Twitter. Esos adjetivos, dicho sea de paso, los extiende a Hildebrandt en sus trece y a su director, César Hildebrandt. Eso no solo es falso, sino también es una grave tergiversación. Mi cuenta de Twitter no es vocero del semanario y las publicaciones que allí hago, como bien lo advierto, son “a título personal”.

Utilizando los mismos tuits, Salazar dice “demostrar” (con efecto retardado, al parecer) que caí en contradicciones cuando en enero del 2017 expliqué los motivos de su salida. Cuatro fueron las razones que conté en mi Twitter, las cuales reafirmo en este post: Caída de la lectoría y las ventas de Perú 21, contratar como jefe de la Unidad de Investigación a un periodista colombiano acusado de inventar crónicas, ser problemático con sus compañeros de trabajo y haber tenido un altercado en un directorio del Grupo El Comercio.

Nada de esto es un invento.

Según CPI, la lectoría diaria de Perú 21 en Lima Metropolitana de julio del 2013 (antes que Salazar sea subdirector) era de 232 mil personas:

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En noviembre del 2016, dos meses antes de que Salazar sea despedido, el resultado fue 188 mil lectores:

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¿Eso no es una caída?

Sobre la contratación del periodista colombiano José Alejandro Castaño, acusado en su país de inventar crónicas e historias, y el papel que jugó Salazar para que ingrese a Perú 21 hay un sólido informe de Hildebrandt en sus trece:

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En relación a lo problemático que Salazar es cuando está en una redacción y lo arrogante que suele ser con los reporteros, basta llamar a cualquier periodista de Perú 21 (que no sea Esther Vargas, su más entusiasta fan en redes sociales) para enterarse de las numerosas historias que se cuentan sobre él. Salazar dice que es mentira que haya tenido un altercado en un directorio del Grupo El Comercio y la prueba es que dos directores del holding lo llamaron extrañados por la afirmación que hice en Twitter. ¿Eso es un argumento? ¿Sabrá Salazar que el Grupo El Comercio tiene 114 accionistas y no solo dos?

Desconfiar de las fuentes oficiales, respetar el off the record, corroborar los hechos lo máximo que se pueda y no creer en “referentes” son las principales características del periodismo que practico. Las he plasmado en mis siete años de carrera, tanto en Caretas como en Hildebrandt en sus trece. En enero último, cuando publiqué la lista de periodistas y opinólogos que trabajan para Odebrecht, demostré que esos valores los tengo bien presentes:

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Salazar tiene razón en que no lo llamé antes de publicar en mi Twitter las razones de su salida. Y es que el “periodismo de periodista” es una rama donde hay mucho debate. Pero, lo que sí es verdaderamente polémico es la distancia que un hombre de prensa debe tener con las fuentes de información. El boom gastronómico del país y crónicas de los diferentes restaurantes de moda son temas sobre los que Salazar ha escrito mucho en los últimos años. ¿El exsubdirector Perú 21 habrá sido sincero con su lector informándolo de que es “Academy Chair” del certamen que premia a los mejores restaurantes del mundo? ¿Habrá sido objetivo en sus crónicas cuando el protagonista (y principal beneficiado) está vinculado a él?

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La página de LinkedIn de Salazar dice que lleva nueve meses escribiendo un libro que se titulará como su blog. ¿Contará en su obra por qué cuando era subdirector de Perú 21 la lectoría del diario se desplomó? ¿Habrá un capítulo donde cuente la contratación del fabulador colombiano José Alejandro Castaño? ¿Reflexionará sobre cuál es la independencia que un periodista debe tener respecto a los temas que escribe? Por último: ¿Explicará a santo de qué se erige como el sumo pontífice del buen periodismo, cuando como subdirector de Perú 21 lo único que hizo fue destruirlo, al punto de convertirlo en un medio abiertamente fujimorista?